MÉXICO - Las heridas de Liz aún sangran, pero no llora por ellas, sino porque sabe que nunca volverá a ver al mayor de sus hijos, al que asesinaron frente a ella.
"No sé cómo estuvo que le dijo 'despídete de tu mamá porque se te llegó la hora'. Él, como pudo, se me subió así y me empezó a decir 'mamacita te quiero mucho; que diosito me perdone todos mis pecados, sé que me van a matar' y yo le apreté su manita", relata Liz.
La mujer originaria de Aguililla, en el estado de Michoacán, narró la pesadilla que vivió el día que ella y su primogénito de 20 años fueron “levantados” por miembros de un cártel del narcotráfico.
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A él le dijeron que tenía que apoyarlos a la fuerza y, a ella, la arrastraron y se la llevaron por haberlo defendido.
"Agarraron un cable plástico y le prendieron con un encendedor; y le empezaron a echar adentro de los ojos. Lo violaron", asegura.
Luego, cuenta en medio de su dolor, los criminales la arrojaron en un pozo, y ella sacó fuerzas para buscar y huir con sus dos hijos menores, quienes lo presenciaron todo.
"Llegaron gente encapuchados y armados diciendo que nos iba a llevar a todas los hombres a pelear con ellos", relata Chuy, quien también pide asilo.
Esta historia se ha vuelto común en Aguililla y zonas aledañas en Michoacán, donde miles de pobladores han sido obligados a abandonar sus hogares, empujados por la violencia y el miedo a ser asesinados.
Con 94 años, y luego de que se llevaron a su sobrino, solo el instinto de supervivencia hizo que Josefa Silva aguantara el traslado hasta la frontera.
"Luego vinieron y nos asustaron; dijeron que si no desocupábamos ahí nos iban a dar parejo", dice Silva.
La anciana viaja con su hija y su yerno, a quien también el Cártel Jalisco Nueva Generación le arrebató a su hermano.
Como ha ocurrido con muchos otros que permanecen en un albergue en Tijuana, esperanzados en que les den asilo del otro lado de la frontera y no se conviertan en parte de las estadísticas de muertos y desaparecidos.