SAO PAULO - Calle Duque de Caxias, 158. Sao Paulo. Es madrugada. Con un ariete rompepuertas y fusiles de asalto, tropas de choque intentan entrar por la fuerza en un local cerrado a cal y canto. Dentro, se celebra una fiesta clandestina mientras Brasil vive desbordado por la pandemia del coronavirus.
Después de varios intentos, un agente fornido consigue abrir a golpetazos un agujero en la puerta enrollable del negocio por donde entran sus compañeros del grupo Garra, el cuerpo de élite de la Policía Civil de Sao Paulo que combate robos y asaltos.
Parece una espectacular operación contra el crimen organizado, pero es una de las muchas intervenciones que se realizan desde hace un mes para poner fin a las noches de farra de decenas, y a veces hasta cientos, de jóvenes aglomerados y ajenos al drama sanitario.
"¡Policía!¡Policía!", exclaman al entrar en el "Babel Lounge Club", donde "todas las bocas se encuentran", según reza uno de los folletines de publicidad.
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En el interior, medio centenar de personas están sentadas en el suelo, en silencio. Se acabó la fiesta. La luz de las linternas de los agentes ilumina los rostros, ahora cabizbajos, de los infractores. Alguno se tapa la cara con la ropa o incluso con el pelo para no ser filmado por las cámaras.
"Quiero a todos con las manos contra la pared para ser revisados por si tienen armas", ordena Eduardo Brotero, comisario supervisor del grupo Garra. Una de las preguntas más frecuentes de los agentes durante la inspección es: "¿Dónde está tu mascarilla?".
"El mundo pasa por este flagelo y ustedes están aquí como si no hubiera un mañana", clama Brotero dirigiéndose a la multitud.
Algunos de los jóvenes aseguraron no temerle al coronavirus, que ya deja en Brasil unas 310,000 muertes y 13 millones de positivos, y está en su peor fase con récords consecutivos de contagios y decesos. El promedio actual es de 2,400 fallecidos diarios.
"¿Coronavirus? Un virus más en mi cuerpo", dijo con sorna una prostituta que no quiso ser identificada, mientras esperaba con el resto de mujeres en otra parte del local.
El gobernador de Sao Paulo, Joao Doria, las llegó a calificar de "fiestas de la muerte" por ser potenciales focos de nuevos brotes de COVID-19.
Su proliferación obligó a su Administración a crear un grupo específico de trabajo, en el que también colaboran otros organismos públicos. El objetivo: evitar aglomeraciones nocturnas.
Desde el pasado 26 de febrero, han desactivado 716 fiestas clandestinas en Sao Paulo, según datos oficiales. En una fue sorprendido hasta el conocido futbolista Gabriel Barbosa 'Gabigol'.
Pese a prohibidas, debido a las medidas sanitarias vigentes, se siguen convocando semana tras semana, generalmente a través de redes sociales.
"He recibido por semana más de 2,000 denuncias", señaló el diputado federal Alexandre Frota, exactor porno, antiguo aliado del presidente Jair Bolsonaro y ahora uno de los críticos del mandatario por su negacionismo ante la pandemia.
"Brasil está perdiendo 3,000 personas al día. No es posible que veamos como algo normal que las personas salgan, beban, fumen y se diviertan mientras otras mueren", indicó en otro de los operativos.
Entonces también fueron sorprendidas otras 50 personas que pasaban la noche, sin mascarilla ni distancia social, en "El Divino Bar", en la zona sur de Sao Paulo.
Una de las presuntas organizadoras, que prefirió no ser identificada, defendió estos eventos incluso en pandemia porque cada persona "es responsable" de sí misma.
Aseguró que lleva seis meses "trabajando" con fiestas ilegales porque "de alguna forma hay que pagar el alquiler y las cuentas". "Nos vemos en la próxima redada por aquí", afirmó al despedirse.
Al término del operativo, los organizadores de la fiesta son conducidos a comisaría para declarar. A los clientes se les fotografía el carné de identidad y pueden marcharse a casa. Todos podrían ser acusados de crimen contra la salud pública.
El local se clausura y se aprehenden los equipamientos de sonido. En alguna intervención también hubo casos de tráfico de drogas, alcohol adulterado y hasta prostitución infantil.
"No sé qué más hace falta para que estos jóvenes se conciencien. El momento es dramático", lamentó el director de fiscalización del órgano defensor del consumidor de Sao Paulo, Carlos César Marera.